Mi existencia ha discurrido en los intersticios, dividida entre mundos. Durante mucho tiempo intenté encajar en alguno, pero ahora me doy cuenta de que mi naturaleza anfifílica[i] es la clave de mi versatilidad y capacidad de moverme entre lo que parece irreconciliable como el agua y el aceite, la locura y lo racional… para encontrar lo que une y armoniza. Me he hecho discípula del misterio y de la energía creadora.
Como buena maestra de obra, la vida, me ha ofrecido el mejor escenario y actores para experimentarlo, y yo creyendo que era un desperfecto. Mi Mamá no sólo me ancló a la tierra, sino que sirvió de canal para el gran misterio, en sus desconcertantes andanzas con duendes y demonios, voces que yo no oía, encantamientos en el río y sueños vivos, me instruyó en el sutil arte de relacionarme con lo invisible y la intuición.
Por su parte, mi padre sembró en mí los códigos de la canción eterna en forma de lenguaje, imágenes y música. Además de ser el artista de una de mis grietas, gracias a sus propias disonancias entre el arte y la ciencia, lo natural y lo humano/tecnológico. Por años creí que tenía que elegir, que era un camino o el otro. No ambos, no todos a la vez.
La muerte precipitó la elección. Así que, me vestí como ingeniera y me adentré en el misterio de los surfactantes — mis moléculas espejo — para explorar su capacidad de suavizar disimilitudes y crear una tercera posibilidad, distinta a la separación, aunque por años no fui capaz de entenderlo más allá de lo científico. En el laboratorio podía generar una sustancia enriquecida por la particularidad de cada una de sus partes, gracias a mis aliados, amantes de los espacios intermedios. Pero en mi vida, continuaba la segregación.
Luego otra muerte: la de la ilusión de tener que vivir en mundos inconexos, cuerpo sin alma o espíritu sin materia. La disolución me ha permitido ser consciente de los hilos del tejido de mi vida, invitándome a ser yo el surfactante de todas mis fases, y a abrazar a la ternura como esa fuerza que flexibiliza y que vivifica a esos bordes que, rígidos se imponen por miedo a perderse en el caos creativo de las resquebrajaduras y el encuentro con otros mundos.
Para mí la ternura, es amor en acción, capaz de incluir y albergar a lo diferente, a lo que habita en los intersticios. Comunica a los antagónicos, invitándolos a relacionarse desde la dulzura y el respeto, sin forzar ni imponerse. Ella, nos impulsa a cuidarnos a nosotros, a los otros, y a todo lo que nos rodea desde la generosidad del corazón y el reconocimiento de que en nuestro conjunto diverso somos Uno. En su regazo, las fisuras son umbrales y puentes entre el vientre oscuro de la creación y la superficie en la que la materia abraza al espíritu.
Estos días he podido rencontrarme con la ternura al ser testigo de las plantas que crecen entre las rendijas del asfalto. Ellas, se erigen tiernas y gentiles, pero firmemente agarradas por sus raíces profundas, en medio del concreto que el ser humano les ha impuesto. Y es así como encuentro la guía para continuar, acompañada de su fuerza, recordando mis fundamentos en medio de tanta maldad, separación, opresión y ruido, mientras me pregunto cómo abrirme camino para poder florecer en suelos que parecen inhóspitos.
Los hombres nacen blandos y flexibles;
muertos, son rígidos y duros.
Las plantas nacen tiernas y flexibles;
muertas, son quebradizas y secas.
Así, quien es rígido e inflexible
es discípulo de la muerte.
Quien es blando y flexible
es un discípulo de la vida.
Lo duro y rígido se quebrará.
El blando y flexible prevalecerá.
Tao Te Ching capítulo 76
Escucho atenta, aprendo y agradezco, reposo en mis grietas y dejo a la ternura que me guíe en la dirección de lo vivo.
Cuéntame, ¿cómo vives la ternura y las grietas?




Te comparto esta canción para que te acompañe en tu exploración
[i] La palabra anfifílico proviene de las palabras griegas amphis, que significa "ambos" y philia, que significa "amor".
Hermoso, honesto, genial
Como ese diente de león..., Gaby, siempre preciosas tus palabras 💚😘😘