Hace ya casi una década, que en medio de las ruinas de lo que creía que era mi vida, no paraba de preguntarme:
— ¿Dónde estaba yo? ¿Dónde estaba, que permití que esto sucediera?
Para resguardarme de las tormentas que azotaron mi existencia durante años, me desconecté y dejé que la marea de la confusión, tanto interna como externa, dirigiera mi barco, sin hacerme responsable de la dirección que tomaba. Abrumada, confundí el fluir con el flotar a la deriva y el ser flexible con entregar mi poder y mi ser al cincel de un escultor externo. Hasta que el estruendo me hizo despertar y clamar mi anhelo de libertad. Ya no quería ser esclava, quería recuperar mi soberanía y, para ello, era fundamental que asumiera el compromiso de habitar mi vida.
Porque estar presente es mucho más que simplemente movilizar un cuerpo y funcionar en el día a día. Para tomar el timón de quiénes somos y de cómo somos, debemos ser conscientes de nuestra propia experiencia y entrar en contacto con ella, al tiempo que discernimos lo que es realmente valioso para nosotros.
Pero ¿cómo podemos volver a nuestra piel y ser nosotros los que sentimos e interactuamos? En mi caso ha sido vital bajar el ritmo, crear espacio para digerir lo vivido y transformar mi relación conmigo, especialmente con mi cuerpo, al cual trataba como subordinado de mi cerebro y no como un miembro valioso de la comunidad que soy.
Cuando escribo esto, recuerdo los dibujos animados que veía de niña. En algunas escenas, cuando el personaje salía corriendo muy rápido, parte de él quedaba atrás. Una estela que, poco a poco va separando a esas partes de nosotros que no pueden llevar esa cadencia. Y nos vamos quedando sin su fulgor y guía. Además de inconexos e incapaces de experimentar el espectro completo de nuestra vivencia.
“El alma piensa según el cuerpo, no según ella misma, y en el pacto natural que la une a él se estipula también el espacio, la distancia exterior.”
M. Merleau Ponty
Al principio, puede resultar difícil ir más lento y tomarse el tiempo para contemplar, ya que puede sentirse como una amenaza para nuestra supervivencia en un mundo que no deja de repetirnos que «el tiempo es dinero» y en el que se ha confundido la actividad sin pausas con el valor que tenemos como personas.
Todavía recuerdo mi primera clase de chikung (qigong): mi cuerpo supo inmediatamente que era allí donde pertenecía, aunque a mi mente acelerada le resultara agobiante tanta parsimonia. Pero insistí en crear el espacio para que mis distintas partes se reencontraran y dialogaran, y pocas semanas después comprobé que había merecido la pena.
Estaba en una reunión de trabajo muy tensa, con mi jefe, que controlaba y enjuiciaba cada uno de mis pasos, por lo que yo estaba en constante defensiva. Pero, en medio del calor de la discusión, ocurrió la magia: fue como si una parte sabia de mí se convirtiese en observadora y pudiese verme desde fuera. Vi que mi forma de reaccionar aumentaba el conflicto en lugar de resolverlo y también noté que estaba movida por el miedo y la rabia. Pude parar, cambiar la energía, escuchar y responder de manera más acorde, y todo se calmó.
Descubrí el poder de la presencia plena y, desde ese día, me comprometí a cultivarla. No siempre es fácil porque la intensidad de algunos acontecimientos sacude mi ser y me entran ganas de salir huyendo, pero he aprendido a quedarme. Y te preguntarás cómo.
En mi caso, el qigong ha sido fundamental para trabajar en ello. No se trata solo de sus movimientos lentos y la conexión con la respiración, sino que también me ha dado la oportunidad de aprender a estar con lo incómodo con amabilidad. Es una práctica que se hace de pie y, en ocasiones, resulta difícil mantener la postura durante mucho tiempo. Es entonces cuando practico cómo relajar otras partes de mi cuerpo para apoyar a la que está tensa, noto también cómo la respiración puede cambiar mi estado energético y emocional, y aprendo a conocerme a través del movimiento consciente. Me ha permitido trazar un nuevo mapa de mi ser, anclado en su totalidad, además de poder adaptarlo al clima cambiante del día a día.
Lo que vivo corporalmente a través del qigong me permite crear una memoria somática de lo que es estar alerta de forma serena y conectada a la vida, pero sin ser reactiva. Esto crea nuevas conexiones neuronales y amplía mis posibilidades de respuesta en momentos de estrés. Además, la filosofía taoísta en la que se basa me ha servido de guía para cultivar virtudes que nutren mi manera de ser y me hacen más integra y coherente con quien soy.
Por otra parte, la visión de que nuestro cuerpo es un microcosmos reflejo del macrocosmos que nos rodea, me ha ayudado a recordar que soy naturaleza y no estoy por encima de ella, sino que mis ritmos, mi cuerpo, psique y espíritu son parte de una melodía universal, guiada por una gran sabiduría.
No pretendo que abraces el mismo camino, simplemente quiero que te sirva de inspiración y aliento para buscar el tuyo, ese que te permitirá reencontrarte contigo y habitar a tu vida desde el balance y la paz. Estamos en tiempos turbulentos y cada uno de nosotros puede sembrar calma para que juntos encontremos la manera de convivir sin dañarnos innecesariamente. Es hora de que los adultos seamos verdaderamente adultos y los niños puedan volver a soñar con tener un futuro que les pertenezca.
Te invito a que hagas una cita con la lentitud, quizá hasta te aventures y te permitas aburrirte nuevamente, creo que puede ser un portal hacia tu nueva vida de presencia y paz. Camina sintiendo cómo tus pies dialogan con la tierra, mientras tus ojos sirven de cuna para la belleza y tus oídos exploran los sonidos de la creación. Recorre el mundo como si lo vieras por primera vez y déjate asombrar por la liberación de lo simple y cotidiano. Vuelve a ti, vuelve a un ritmo más humano.
¿Te atreves?
La realidad, pero ¿Qué es?, parece un horizonte lejano u oasis perdido, que cuando creemos alcanzarla se escurre juguetona entre los intersticios de nuestros lentes teñidos de nuestra percepción.
Parece que para alcanzarla hay que cesar de buscarla, sentarse tranquilamente y dejar que venga a ti. Entonces y sólo entonces, te penetra como niebla de los páramos, nubla tus creencias y desnuda a tu esencia. Posas los huesos y te elevas con la marea de tu sangre al destino que en ti habita desde el principio de los tiempos.
Así te encuentras con Dios y tus semejantes.
De vuelta a ti…
Sí claro, todos los días, sabias reflexiones, un abrazo enorme Gaby, gracias por compartir 🌷🌿🫂